19.09.2025 - 12:25h
La cadena de efectos secundarios es larga: facturas millonarias, enormes cicatrices, condenas a más cesáreas de por vida, problemas para concebir embarazos, ligamiento de trompas, hasta esterilizaciones.
¿Negocio, negligencia? o necesidad. Miles de mujeres en Guinea Ecuatorial han sido sometidas en la última década a ésta operación quirúrgica en los centros hospitalarios nacionales. Las razones son en tanto múltiples, idóneas, como confusas -hasta dudosas en términos de recomendación estrictamente científica-, sin menospreciar completamente la profesionalidad de nuestros sanitarios que, día a día, se dejan la piel para seguir salvando vidas y, en ese caso, alumbrar nuevos nacimientos.
Las cesáreas conllevan riesgos significativos para la madre, como infecciones, hemorragias, coágulos sanguíneos y lesiones de órganos, además de un período de recuperación más largo. Para el bebé, las cesáreas no indicadas pueden causar problemas respiratorios y una menor diversidad en su flora intestinal, mientras que las cesáreas múltiples aumentan los riesgos de complicaciones placentarias y rotura uterina en futuros embarazos.
A todo ello, los partos por cesárea se han convertido en una práctica demasiado habitual, a ojos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), -cuyo rol en el mundo también deja mucho que desear-. Según esa organización, “esa técnica quirúrgica debe limitarse a casos en los que el bebé o la madre estén en peligro si se acomete un parto natural”.
En nuestro caso, parece que más allá de ese motivo, su práctica en el país también obedece a otros motivos extravagantes que, en todo caso, son más que cuestionables: las víctimas hablan de que “los médicos, comadronas y enfermeras reúsan esperar horas para el proceso de dilatación de las mujeres para parir y la alternativa más cómoda para ellos es la cesárea”. Una razón tanto vaga como alarmante.
Todo esto está siendo un secreto a voces. Nadie se atreve a denunciarlo públicamente. Todo termina en comentarios, lamentaciones y hasta en desgracias que tampoco se externalizan. Cientos de mujeres están viendo condicionadas de por vida por una operación que, en muchos casos, no es necesaria. Durante nuestra investigación, IMPERIO ha experimentado cómo es la vida dentro del pabellón paritorio del Hospital General de Malabo y unidades de maternidad en algunas clínicas. En nuestras visitas, vivimos en primera persona las quejas de muchas mujeres por des atendimiento de los sanitarios, así como los malos comentarios que versan algunos de ellos a los pacientes ya impacientes. Y, las declaraciones e historias de las víctimas que hemos tenido, son simplemente desgarradoras.
“Yo ya no puedo más. Me practicaron una cesárea cuando parí a mi niña y me fui a casa. Un mes después, empecé a sentir dolores bajo vientre y volví al hospital, donde me dijeron que parecía que algo no había salido bien. Me hicieron una segunda operación y la situación no ha hecho más que empeorar. Ahora los dolores son más persistentes, a veces sangro de manera descontrolada y el período de menstruación ya es discontinuo. Ahora para colmo, me dicen que la solución es quitarme una trompa. Con todo ese sufrimiento y dolor, yo prefiero ya que me eliminen una trompa para poder aliviarme, aunque no tenga que volver a parir”.
Ésa, es una confesión y testimonio doloroso de una adolescente de sólo 23 años, víctima de esta operación quirúrgica, hace hoy tres años. Está lidiando con una angustia, al término que también intenta asumir con rabia la realidad de correr el riesgo a no volver a engendrar.
Imageen de una mujer negra embarazada. Foto: Afrofeminas
Generalmente, el cuerpo de una mujer sólo puede aceptar una media de tres cesáreas y ella lleva dos. Si concibiese otro embarazo, sería sometida a una tercera, ¿y qué será de ella después?
“Mi hijo me llamó estando en Luba para informarme que habían entrado con mi nuera en el paritorio y cuarenta minutos después le dijeron que pagara cien mil francos para que su mujer fuera operada por cesárea porque no podía parir normal. Les dije que me esperaran y al llegar, yo misma practiqué un remedio casero a mi nuera y antes de los treinta minutos, empezó el parto. Ella ya no lo hizo por cesárea”. Nos cuenta una señora que “salvó” – como lo define ella misma- que su nuera fuera sometida a esa operación: “el problema es que nadie de los que están allí tienen la paciencia para aguantar el proceso de dilatación de la mujer y, a cambio parece que se enfocan en su vaguea y en el dinero que ingresan, olvidando que están maltratando a ajenas niñas y mujeres”, sigue comentando con tono melancólico la señora que, como la primera, nos pide permanecer en anonimato.
Facturas millonarias, enormes cicatrices, condenas a más cesáreas de por vida, problemas para concebir embarazos, hasta esterilizaciones. Descubrimos cómo miles de mujeres en Guinea Ecuatorial ‘sufren y reclaman en silencio’ que esta práctica quirúrgica se adecue estrictamente a recomendaciones científicas. La mayoría de las víctimas, creen que es por negligencia y por intereses económicos.
Mujeres que han sido operadas manifiestan haber pagado una cantidad cercana a los cien mil francos (100.000) por esa operación; otras, incluso más. En nuestras visitas al pabellón de maternidad del Hospital General de Malabo, los sanitarios eluden hacer declaraciones y nos remiten a la gerencia del hospital. En una solicitud de información similar hecha por el Periódico Ébano, la dirección del hospital echó balones fuera alegando que es competencia de la dirección general de Coordinación Hospitalaria.
Ante la falta de datos reales y actualizados, hacemos uso del informe de Hechos Vitales en Guinea Ecuatorial publicado por INEGE correspondiente al año 2023, el cual refleja un porcentaje del 10,6% de partos por cesárea, un 0,6% más de la media aconsejada por la OMS (10%). A pesar de esto, este dato es relativamente bajo (uno de cada diez partos que se produjeron en 2023) en comparación a los datos oficiosos a los que hemos ido conociendo. Los datos de INEGE arrojan que esos partos se dieron más en Malabo con un 15,2% y que esa práctica se da más en las clínicas privadas, con un 26,5%. La explicación a estas diferencias, requiere estudios profundos que ayuden a evaluar las prácticas de las cesáreas en diferentes centros sanitarios y unidades administrativas, afín de garantizar que sean realizadas sólo cuando las circunstancias lo requieran.
“El problema no es tanto el número de mujeres a las que son sometidas a esa operación quirúrgica, sino los motivos y las consecuencias posteriores”, nos comenta un sanitario. Cientos de jovencitas están condicionadas a experimentar complicaciones y futuras cesáreas, teniendo en cuenta que ocho de cada diez nacimientos (85,1%) son de mujeres menores de 35 años. Cuatro de cada diez mujeres (41,4%) se sitúan entre 15 y 24 años, una proporción similar se observa en las mujeres de 25-34 años (43,1%).
La realidad descrita, es muestra del imperfecto sistema sanitario nacional que en los últimos años ha recibido toques de atención del mismo Gobierno por escándalos de dejación de funciones, extorsión a pacientes y en la no valoración adecuada y requerida de la vida humana. Basta llegar a un centro sanitario sin dinero y recibir el trato. Se ha prohibido, pero como pasa con muchas cuestiones a nivel nacional, no se respetan.
A día de hoy, el trauma de muchas mujeres es enorme; yendo más allá de las lesiones físicas a erradicar en problemas de salud mental. Durante nuestra investigación, nos encontramos con una joven de 26 años de edad, quien asegura "tomar anticonceptivos frecuentemente" para evitar revivir el horror con su primer y único embarazo hasta la fecha. "Ya tengo fobia al embarazo", dice.
Las víctimas y la población reclaman que esta situación pueda ser abordada...
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