17.09.2025 - 09:59h
En África pasa de todo. Sí, de todo. Aquí, en esta bella tierra golpeada por la oscura colonización –todavía existente, aunque camuflada- todo parece maldito, aunque en otras instancias, orquestado en perjuicio de las mil cuatrocientas millones de personas que aquí vivimos. Existe una gran encrucijada entre la verdad fáctica de la institución de la Unión Africana y la realidad palpable.
Hace dos días terminó la 7.ª Reunión de Coordinación de Mitad de Año que se celebraba en Sipopo; y casi de forma unánime los Estados volvieron a coincidir en las iniciativas y medidas a tomar en el intento de lograr tanto una integración efectiva del continente, como el deseo de alcanzar un desarrollo sostenible. Pero sí, solo eso. La materialización de dichas metas comunes a veces parece quedar a años luz.
Detrás de esas legítimas ambiciones, están los verdaderos problemas estructurales que azotan el continente: la propia debilidad de la institución de la Unión Africana que carece de efectividad en la toma de decisiones e implementación de políticas; la soberanía de los propios Estados que se priorizan a sí mismos en la toma de decisiones conjuntas de la UA, limitando la capacidad de la organización; la lamentable dependencia económica de la organización a la financiación exterior de sus propias políticas, quedándose vulnerable a la influencia de países occidentales; la inestabilidad originada por los conflictos que castigan al continente, supeditados a los vacíos discursos y condenas de los líderes; la inseguridad alimentaria exacerbada por el cambio climático–el Jefe de Estado de Guinea Ecuatorial se preguntó en su discurso de la ironía de disponer el suelo más fértil y depender alimenticiamente del occidente, entre otros problemas.
Ante ese cúmulo de contrariedades, nos encontramos en un espejo de la inacción, pero con discursos, reuniones y asambleas que en realidad en nada invitan al optimismo. La Unión Africana necesita fortalecer sus instituciones, encontrar soluciones propias a los conflictos, mejorar la cooperación entre sus Estados miembros -la AfCTA, clave- y reducir su dependencia de financiación externa para poder abordar eficazmente los desafíos que enfrenta y lograr su objetivo de un África próspera, pacífica e íntegra.
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