Los suplementos vitamínicos para niños, aunque se promocionan como un refuerzo nutricional, pueden ser perjudiciales si se administran sin supervisión médica. Estos productos, que suelen presentarse en formas atractivas como gomitas o jarabes, están diseñados para cubrir carencias específicas, pero su uso indiscriminado puede provocar intoxicación, daño renal o alteraciones metabólicas. Los pediatras advierten que solo deben usarse bajo prescripción profesional y nunca como reemplazo de una dieta equilibrada.
Entre los principales riesgos está la hipervitaminosis, especialmente con vitaminas liposolubles (A, D, E y K), que se acumulan en el organismo y pueden causar toxicidad hepática, náuseas o mareos. El exceso de vitamina D, por ejemplo, eleva los niveles de calcio, aumentando el riesgo de cálculos renales. Además, algunos suplementos contienen aditivos que podrían desencadenar alergias o intolerancias en niños sensibles.
Otro peligro es la sobredosis accidental, ya que las presentaciones dulces y coloridas pueden incitar a los menores a consumirlas en exceso. Incluso dosis ligeramente altas de ciertas vitaminas, como el hierro, pueden ser tóxicas. Por ello, los expertos insisten en guardar estos productos fuera del alcance de los niños y respetar las dosis indicadas.
¿Cuándo son necesarios? Solo en casos de deficiencias diagnosticadas, como anemia por falta de hierro o déficit de vitamina D en niños con poca exposición solar. La mayoría de los menores obtienen los nutrientes suficientes mediante una alimentación variada, rica en frutas, verduras, proteínas y cereales. Los suplementos nunca deben ser la primera opción, sino un recurso excepcional.
La recomendación clave es consultar siempre al pediatra antes de introducir cualquier suplemento. Automedicar a los niños con vitaminas, por bienintencionado que parezca, puede tener consecuencias graves. La prioridad debe ser fomentar hábitos alimenticios saludables en lugar de depender de soluciones farmacológicas innecesarias.