La República Centroafricana ha vivido en guerra desde 2013, una coalición rebelde originaria del noreste del país, la Séleka, había llegado hasta la capital con la ayuda de militares de mercenarios chadienses y sudaneses. La Séleka derrumbó al presidente François Bozizé a quien acusaba de no cumplir con los acuerdos firmados en 2007 y 2011 y dio inicio a una fase de transición. Pero no pudo controlar su propio ejército. En frente de la brutalidad de los rebeldes, los habitantes locales se organizaron en milicias de autodefensa, llamadas Anti-Balaka.
Todas estas coaliciones han cometido abusos sexuales, como denunció Dieudonné Nzapalainga, arzobispo de Bangui, en octubre de 2013 ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra: “Los casos de violación son incalculables. Las personas son asesinadas, las casas son quemadas y las mujeres son violadas por los rebeldes”.
Imagen: CrisisGroup
Diez años después, las fuertes tensiones nacionales e internacionales suscitan preocupación de que el país pueda enfrentar otra transferencia violenta de poder. En la actualidad, “el país se encuentra en una situación crítica provocada por tantos años de conflicto, el impacto de la COVID-19, y una escalada de violencia que comenzó unos meses antes de las elecciones de 2020 y que aún perdura”, publica fides.org.
A pesar de los esfuerzos realizados por las autoridades centroafricanas y algunas Organizaciones No Gubernamentales, las condiciones de las supervivientes de la violencia sexual en la República Centroafricana sigue siendo preocupantes, según señala el Dr. Earvin Isumbisho Mazambi, director nacional de la Fundación Denis Mukwege.
La vida de varios niños y mujeres en todo el país está amenazada por esa continua violencia y por la falta de acceso a alimentos, atención sanitaria, educación, agua y saneamiento, según informó la UNICEF. Y a todo eso se le suma la inseguridad y la proliferación de armas y refugiados, lo que hace de Centroafrica un país cuyo anhelo central es la paz.